Lenght: Oneshot
Genre: Angst, drama, death
Characters: Kim Jonghyun (you), Lee JinKi, Luna
La
puerta de su habitación se encontraba cerrada, así había estado los últimos 23
días. La única señal de vida que podía ser percibida era la música a todo
volumen que salía por las rendijas de la puerta y el constante olor a pizza que
se emanaba del interior.
A
su familia no parecía incomodarle el hecho de su continua ausencia y mucho
menos de que él no hubiera salido de su habitación en los últimos días. De
seguro se imaginaban que él se escapaba por la ventana cada noche para ir a beber
su correspondiente porción de cerveza en la casa de Jinki, su mejor amigo, o
que en el mejor de los casos, se escabullía para encontrarse con Luna, su
antigua casi novia, en su auto.
Su
madre caminaba por los pasillos cargando una pila de ropa, olfateaba el olor a
pizza, hacía un gesto de desaprobación y seguía su camino. Ella pensaba en
todas las veces en que se reunía la familia teniendo que mentir sobre la razón
de que el lugar de su hijo mayor estuviera vacío. Se había cansado de rogarle
que fuera más sociable, de suplicarle que dejara de internarse en su habitación
por semanas, de siempre culparse por el extraño comportamiento de su hijo.
Varías
noches ella lloraba por su penetrante sentimiento de culpa, se ahogaba en
lágrimas sin soltarse de los brazos de su esposo y a veces se lastimaba ella
misma pensando que dolor y castigo era lo que merecía por dejar que su pedazo
de carne cayera.
Su
padre no tenía el valor para acercarse y llamar a la puerta, no tenía el valor
siquiera para ver a su hijo a los ojos aquellas contadas veces en que salía de
su habitación. A él solo le quedaba consolar a su amada esposa en sollozos y
huir de su propio pesar sumergiéndose en arduas horas de trabajo.
El
primer día de su periodo de claustro él llegó a casa llorando. Tomó la puerta
principal – algo que nunca hacía- , atravesó la sala con las manos cubriéndose
el rostro y la mochila cayendo de su hombro, entró a la cocina para llenar la
helera con cervezas y comida suficiente para una semana, y subido a su
habitación azotando la puerta tras él, comenzó su encerramiento.
El
segundo día Luna llamó a su casa argumentando que él no contestaba su móvil, y
un día después Jinki se presentó en su casa e intentó razonar con su mejor
amigo.
Algo
había sucedido, pero no parecía importarle a alguien. Después de tres intentos
de comunicación con él, Jinki y Luna se habían rendido por completo.
Pero
pasaron los 23 días y la música seguía resonando en la habitación, como el olor
a pizza perfumaba todo el ambiente. En sí, nada había cambiado para las
personas que se encontraban en el exterior de aquel cuarto, sin embargo en el
interior, la ventana se había vuelto a abrir y las cortinas danzaban al ritmo
del viento.
Así
fue como llegó el siguiente día, cuando inesperadamente la puerta se volvió a
abrir, aunque la música siguió sonando y el olor perduró.
El
llevaba puesto una playera de Led Zeppelin y encima de ella, una camisa a
cuadros de colores neutros, también sus tenis favoritos y un pantalón de
mezclilla roto en la rodilla.
Bajó
lentamente a la cocina para dejar la helera y se recargó en la barra tomando
una manzana.
-Buenos
días, mamá – él le saludó
Su
madre alzó la mirada lentamente para ver la cara de su hijo y regresó a seguir
cortando los vegetales, pero ella no contestó.
-Tenía
planeado que fuéramos a comer a un restaurante italiano y a un parque de
atracciones – no le importó la falta de respuesta por parte de ella – ya tengo
los boletos y la reservación hecha – sonrió viendo hacia la ventana - también he invitado a Jinki y Luna
En
primer instante su madre se había quedado sin respiración, su pulso se aceleró
y una lágrima le recorrió la mejilla. A pesar de eso, ella decidió no responder
y seguir cortando vegetales como robot.
El
salió de la cocina con la penetrante mirada de su madre siguiéndole la espalda,
de alguna forma él sabía que no se podría negar a sus planes y tenía la certeza
de que si no accedían a ir, el iría al restaurante italiano, pediría un gran
pastel de chocolate con 20 velas y un plato de espaguetis tamaño familiar solo
para el e iría al parque de atracciones
solo.
-¿Si
irán conmigo? - insistió mientras desayunaban
Nadie
le miró y mucho menos le respondieron, pero aun así, él sonrió imaginando la
respuesta que él quería escuchar.
-Me
pregunto qué harán de mi habitación cuando ya no esté – habló – a mí me
gustaría que no se acercaran a partir de hoy, les perdonaría que me dejaran
solo esta tarde, pero no lo haría si entraran a mi habitación
Su
padre tenía la mirada fija en el plato y apretaba con fuerza la cuchara,
pareciera que se desmayaría por el exceso de presión en cualquier momento. Su
hermana menor no había tocado el cubierto siquiera, tan solo veía la comida con
repulsión. Y su madre sollozaba en silencio, se limpiaba los ojos
constantemente y había perdido el apetito, como el resto de su familia. Pero el
aun sonreía como si no le importara la situación, comía tranquilamente y
contaba una anécdota de cuando iba en primaria y tenía tantas ganas de ir a un
parque de atracciones al que fue sin permiso y pidió a un señor que entrara con
él.
Tal
como su familia se había acostumbrado a su ausencia, él se acostumbró al
extraño comportamiento de todos cuando él estaba cerca. Esa era una de las
razones por las que él se encerraba regularmente y prefería estar solo.
-Esa
vez encontré a un hombre vestido de traje sastre color verde olivo y un
sombrero de bombín, me acerqué lentamente y le pedí que me comprara un boleto
para subir a la rueda de la fortuna – el seguía contando alegremente –
inesperadamente el señor accedió y me llevó de la mano hasta una de las
casillas. Aún recuerdo que me compró un algodón de azúcar y me llevó a comer
espagueti a un restaurante italiano que estaba cerca del parque – movió la
cuchara con aire soñador y suspiró - ¿Saben? Ese fue el mejor cumpleaños de mi
vida
Su
padre saltó de la silla, azotó la cuchara sobre la mesa y salió de la sala
inmediatamente como si tuviera una bomba de tiempo bajo la corbata amarilla con
rombos.
-¿Vendrán
conmigo hoy? - el volvió a preguntar – Supongo que papá no vendrá, tampoco Onew
y Luna quisieron venir... Supongo que hoy no es un buen día – por primera vez
su voz se tornó melancólica, pero volvió a su tono natural rápidamente - ¡Pero
no importa!
Su
madre apretaba fuertemente el pañuelo y su llanto se había hecho más visible.
-¿Por
qué lloras madre? - él le preguntó - ¿Lo haces porque te enteraste de que Luna
andaba con Onew y conmigo al mismo tiempo? - de nuevo lo dijo tristemente – Yo
solo estuve triste los primeros días, pero ahora ya estoy bien, así que debes
de animarte
Su
hermana alzo la vista unos instantes y miró aterrorizada el rostro sollozante
de su hermano mayor fingiendo sonreír.
-¿Que
sucede hermana? - la miró extrañado - ¿Querías decir algo? - dejó la cuchara en
el plato vacío – Me gustaría volver a escuchar tu voz... ¿Puedes decir tan
siquiera una palabra, por favor?
Ella
intentó hablar, pero de su boca solo salió un susurro imperceptible seguido de
una lágrima.
-Hoy
es un día hermoso, aun no sé qué les sucede a todos – él se levantó de la mesa y
llevó su plato sucio al lava trates – Gracias por la comida, mamá
El
subió a su habitación y salió en unos segundos dejando el estéreo prendido y
sin percatarse del penetrante olor a pizza que salía de su cuarto.
En
silencio caminó hasta el parque de atracciones al que había ido hace algunos
años y esperando al amable señor de traje color verde olivo se sentó en una de
las bancas.
En
su mente seguían rodando todas las imágenes de su madre y su hermana llorando,
de su padre huyendo de él, de Luna compartiendo cama con Onew, del movimiento
constante de los discos en el lector y
de sus recuerdos con el señor de verde olivo en la rueda de la fortuna.
-Oiga
señor – un pequeño niño se le acercó - ¿Le gustaría compartir un algodón de
azúcar conmigo?
-¿Vienes
solo? - él le preguntó sonriendo como de costumbre
-Sí,
señor – el niño miró al piso y entrecerró sus enormes ojos color aceituna –
Pero no me siento solo... ¿Usted se siente solo?
-Me
sentía antes de que llegaras – el derramó una lágrima sin querer
-¿Que
sucede? - se exaltó - ¿Dije algo malo?
-No,
solo recordé que tu voz es la primer que escucho en días – se limpió los ojos
con la manga de la camisa - ¿Me podrías seguir hablando un rato más?
-Claro
señor – el pequeño le sonrió - ¿Quiere subir a la rueda de la fortuna?
Él
sonrió.
-¿Qué
se siente estar triste? - el niño le preguntó
-Supongo
que es como sentir un vacío en el corazón
-¿Como
cuando se tiene hambre?
-Justamente
como eso – apretó un poco más la mano del niño – Pero es necesario sentirlo,
pues solo así podrás valorar cuando te sientas feliz
-¿Usted
es feliz?
-En
este momento, lo soy – su respirar era calmada y sus lágrimas habían cesado -
¿Tu lo eres?
-Afirmativo,
señor – saludó con la manita en la frente – Solo porque usted es el mejor
regalo que he tenido en un cumpleaños
-Lo
mismo digo yo...
-¿Y
su familia?
-Ella
es más feliz si no los molesto, aunque me hubiera gustado estar con ellos este
día – su melancólico corazón se desnudó una vez más frente al pequeño
-¿Hoy
es un día especial?
-Todos
los días son especiales – suspiró – pero hoy es tu cumpleaños así que eso lo
hace aún más especial
-Señor,
debería regresar con su familia y pedirles que suban a la rueda de la fortuna
con usted
-En
ese caso, deberías pedirle a tus padres y amigos que suban al carrusel juntos
-Eso
haré señor – el pequeño sonrió – se lo prometo
El
regresó a casa con un pastel de chocolate y veinte velas en la mano. Él iba
decidido a pasarla bien con su familia ese día tan especial, intentó olvidar
todas aquellas dolorosas imágenes que atormentaban su mente y las sustituyó por
las palabras de aquel niño acompañado por el suave sonido de la música que
seguía reproduciéndose en su habitación.
-Madre,
he traído pastel de chocolate
Ella
volvió a quedarse sin palabras, pero el fingió no importarle.
-Pide
a papá que coma con nosotros, por favor – le suplicó – sé que a mí no me
escuchará
Su
padre salió de la estancia inmediatamente como lo hacía siempre.
-Hoy
me encontré a un pequeño niño y me pidió que subiéramos a la rueda de la fortuna
juntos – dejó el pastel sobre la mesa – Supongo que no te interesa mi platica,
perdón, no volverá a pasar
Su
madre lo miró con compasión y dolor, pero inmediatamente quitó la vista de él.
Ella también huía de él como si fuera una peste.
El
tampoco entendía que sucedía, la puerta aún seguía cerrada y la música se
escuchaba fuerte y clara. El CD de Led Zeppelin aun giraba en el lector, el
olor a pizza aun impregnaba el ambiente.
El
no entendía nada.
-Madre,
lo siento – el al fin agachó la mirada – me gustaría que hicieras algo por mí...
-¿Que
necesitas? - musitó con mucho esfuerzo
-Soplemos
las velitas del pastel, solo esta vez, pero...
-¿Quieres
algo más?
-¿Puedes
apagar la música de mi habitación? -
intentó sonreír – Gracias, por este día
Su
madre subió sumergida en llanto, caminó por el largo pasillo y se detuvo ante
la peste de queso, giró la perilla y todo se transformó en silencio.
Las
ventanas estaban abiertas, el viento movía lentamente las cortinas blancas. La
cama estaba acomodada perfectamente, como si nadie se hubiera acostado el ella
por mucho tiempo, el móvil estaba sobre la almohada y el olor del interior era
ocupado por el perfume de las rosas blancas.
En
el estéreo no había disco alguno, en la cocina no se encontraba nadie más, pero
a un lado de la cama, tendido delicadamente estaba el cuerpo inerte de su hijo,
cubierto por rosas blancas de pies a cabeza. A un lado del cuerpo, una pizza y
sobre esta, el CD de Led Zeppelin aun con envoltura.
El
pensamiento del joven quedó gravado en la cubierta del disco:
“Si
tan solo pudiera regresar un día después de mi muerte, me gustaría pasar un día
inolvidable, el mejor de todos los que he tenido en vida...”.